Aprovechando nuestros pensamientos de carreras
Para dejar de pensar demasiado (también conocido como rumiar), primero tenemos que entender por qué lo hacemos.Nuestros cerebros favorecen un "sesgo de negatividad" cableado. Esto mantiene a nuestro subconsciente escaneando nuestro entorno en busca de cualquier tipo de amenaza percibida a nuestra seguridad física o psicológica. Si nuestro cerebro, consciente o inconscientemente, interpreta cualquier tipo de amenaza, tenemos una respuesta psicológica y fisiológica denominada "lucha, huida o congelación" que entrará en vigor para mantenernos a salvo.
Todos hemos experimentado sequedad en la boca, nerviosismo, mariposas o mareos antes de un discurso, un juego, una entrevista o un examen. Tememos y a menudo predecimos el fracaso, el escrutinio social, el rechazo o algún otro resultado desastroso. Pensar demasiado es un ejemplo de este “sesgo de negatividad” que se ha quedado atascado en la posición de “encendido” como una forma de mantenernos a salvo de amenazas psicológicas reales o percibidas (Siegel, 2007). Dependiendo de nuestra genética y nuestro entorno, podemos luchar, huir, congelarnos o los tres en cualquier situación dada. Todos estamos programados para buscar seguridad instintivamente, pero la forma en que reaccionamos variará.
Lucha
Podríamos experimentar:
- Pensamientos acelerados mientras tratamos de resolver nuestros sentimientos o circunstancias que a veces no tienen solución ("esto realmente no puede estar sucediendo")
- Alivio temporal de los sentimientos de impotencia porque sentimos que estamos haciendo algo activamente, incluso si incluye la culpa
- Lucha verbal en nuestra mente entre todas las partes de nosotros, a medida que aumentan las dudas y el miedo
- Sentirse mentalmente agotado e incapaz de concentrarse o concentrarse en otras cosas.
Huir
- Agotamiento por tratar de resolver nuestros sentimientos o circunstancias que a veces no tienen solución, tratamos de evitar pensar en ello como un medio para brindar un alivio temporal
- Literalmente podríamos poner distancia física entre nuestros problemas y nosotros mismos.
- Un impulso continuo de correr para escapar de algo, pero sin saber de qué
- No sentir ningún progreso real hacia el alivio o la resolución
- Sentirse mentalmente agotado e incapaz de concentrarse o concentrarse en otras cosas.
Congelar
- Sentirse literalmente congelado física o mentalmente en nuestro pensamiento excesivo. Aquí es cuando nos convertimos en un ciervo en los faros.
- El miedo al "qué pasaría si ..." nos mantiene congelados durante mucho tiempo. "¿Qué pasa si me equivoco?" "¿Qué pasa si las cosas no cambian?"
- Sin progreso real hacia el alivio o la resolución, podemos experimentar más desánimo
- Sentirse mentalmente agotado e incapaz de concentrarse o concentrarse en otras cosas.
Nuestros cuerpos también experimentan los efectos del pensamiento excesivo, que van desde tensión corporal, respiración superficial, sudoración, dificultad para dormir, agitación o letargo, y cambios en los patrones de energía, alimentación o sueño. Pensar demasiado nos mantiene en la cabeza, a pesar de que nuestro cuerpo también nos envía información sólida y valiosa.
Podemos recuperar una sensación de seguridad reconectándonos con todas nuestras partes: mente, cuerpo y espíritu. Comienza sintiéndonos seguros y familiares dentro de nuestro cuerpo, ya que puede secuestrar nuestro pensamiento en momentos de amenaza percibida. Algunos de mis clientes trabajan duro para simplemente tolerar un sentimiento dentro de su cuerpo antes de que puedan siquiera hablar sobre su impacto u origen.Esto se aprende dedicando un mínimo de 3-5 minutos todos los días a estar quietos, en una posición cómoda y simplemente notando tu respiracion. Si su mente divaga, tráigala de vuelta a su respiración. Repita todos los días durante dos semanas.
Según una publicación de 2014 en Psychology Today, calmar nuestro sistema nervioso de esta manera envía una señal a nuestros órganos para que “descansen y digieran”, creando una calma interior. Sentir esta calma y seguridad internas nos otorga el permiso y la paciencia para sentir curiosidad por saber cómo el pensar demasiado puede ayudarnos a sentirnos a salvo del miedo, el rechazo u otras emociones.
La investigación en neurociencia nos dice que la atención plena (enfocarse intencionalmente en nuestros pensamientos, sentimientos y sensaciones corporales sin juzgar) nos informa cómo nuestra experiencia está afectando nuestro pensamiento, sentimientos, cuerpo y creencias: bueno, malo o indiferente. Descansar en este conocimiento nos permite bajar la guardia y liberar los miedos que han estado dictando nuestras decisiones. Cuando actuamos, podemos refutar nuestros temores cuando los reveses inevitables se experimentan como un desafío. Ahora podemos marcar el ritmo de nuestro crecimiento, ajustar nuestras expectativas y ofrecernos empatía en el camino.
Hay un dicho en recuperación: "Lo que resiste, persiste". Con demasiada frecuencia pensamos que si liberamos nuestra negación o bajamos la guardia y permitimos lo que persiste dentro de nosotros, nos sentiremos abrumados, expuestos o incomprendidos. Sin embargo, lo contrario es realmente cierto. Al igual que sostener una pelota de playa bajo el agua, si notamos la presión, la liberamos lentamente y con frecuencia, y la recibimos con curiosidad y amabilidad, reducimos nuestra propia tensión y fatiga.
Cada vez que hacemos esto, aprendemos a identificar y liberar presión de manera saludable, evitando o reduciendo rupturas o caos en nuestras vidas. Con el tiempo, creamos una reserva de recursos de los que sacarnos para el cuidado personal y la alegría mientras creamos nuestra vida, no después.
La atención plena ayuda a reducir el pensamiento excesivo. No es necesario un conocimiento previo, y no hay bien ni mal. Inhale profundamente por la nariz mientras se pregunta amablemente: "¿Qué necesito?" o "¿Qué estoy tratando de resolver?" y exhalar cualquier culpa o autocrítica. Repita todos los días durante un mínimo de 3-5 minutos.
Ser curiosos y estar abiertos a aprender sobre nosotros mismos puede hacernos sentir vulnerables porque es una admisión de que aún hay más por saber sobre nosotros y nuestro mundo. (Imaginar que un ser querido o un mentor le está hablando exactamente lo que necesita escuchar en ese momento de vulnerabilidad también es útil). Esto nos permite aliviar nuestros temores de no tener siempre las respuestas. En cambio, aceptamos momentos de saber y no saber como parte de la condición humana. Aumentamos nuestra paciencia y reducimos nuestra reactividad ante cosas que no podemos controlar. Mantenerse conectado con lo bueno que hay en usted genera satisfacción y paciencia, lo que permite una expresión más auténtica sin miedo.
Referencias
https://www.psychologytoday.com/blog/the-athletes-way/201405/how-does-the-vagus-nerve-convey-gut-instincts-the-brain
http://www.mindful.org/mindfulness-and-learning-whats-the-connection/