4 peligros del perfeccionismo
Muchos de nosotros tenemos grandes expectativas para nosotros mismos. Nos esforzamos por alcanzar una meta imposible de alcanzar, ya sea en nuestra vida amorosa, laboral o familiar. Cuando nos quedamos cortos, como sucede inevitablemente, podemos quedarnos paralizados por la autocrítica y la vergüenza.Aquí hay cuatro escollos que resultan de nuestra inclinación por luchar por la perfección y cómo mantener nuestras expectativas bajo control.
Impulsado por la vergüenza y el miedo
El perfeccionismo suele estar impulsado por la vergüenza y el miedo. Si podemos crear una personalidad perfectamente pulida o lograr algún objetivo financiero o profesional elevado, creemos que nadie puede criticarnos o ridiculizarnos. Si podemos impresionar a las personas con nuestra inteligencia, sentido del humor o atractivo, entonces podemos ganarnos respeto, aprobación e incluso amor.
Esforzarse por ser perfecto es una estrategia diseñada para protegernos contra la vergüenza, la sensación de ser imperfectos o defectuosos. El perfeccionismo a menudo es impulsado silenciosamente por el miedo al fracaso o al rechazo.
Lamentablemente, parece que muchos políticos y líderes de hoy están impulsados por una vergüenza secreta, que puede observarse en su obsesiva necesidad de tener razón y no admitir errores o reconocer la incertidumbre y la vulnerabilidad.
Una preparación para la decepción y la depresión
Al fijar nuestro valor y nuestro valor en nuestros logros, nos preparamos para el fracaso y la depresión. Cuando no logramos nuestras metas imposiblemente altas, podemos sentirnos ansiosos o abatidos, o culpar a otros con enojo en lugar de asumir la responsabilidad de nuestras acciones.
Ser visto como un ser humano con fortalezas y debilidades puede hacer estallar la burbuja de nuestra creencia de que necesitamos ser especiales y mejores que los demás para ser respetados o amados.
Nos aleja del momento presente
El perfeccionismo nos mantiene preocupados por el futuro. Constantemente nos evaluamos y tratamos de hacerlo mejor. Rara vez nos relajamos o disfrutamos de momentos más ligeros.
Es valioso querer hacer nuestro mejor esfuerzo y autocorregirnos en el camino, pero tener fuertes rasgos perfeccionistas puede mantenernos en la cabeza. Pensamos demasiado las cosas y tratamos tan desesperadamente de controlar todo que perdemos la espontaneidad; nos volvemos demasiado cohibidos y nos tomamos demasiado en serio. Guardamos mucho en nuestro interior, temerosos de que otros se horroricen por lo que juzgamos sobre nosotros mismos. Nos privamos del simple placer de ser nosotros mismos y disfrutar el momento.
Evitar riesgos
El perfeccionismo puede llevar a ser reacio al riesgo. Se evita cualquier actividad que pueda resultar en vergüenza o rechazo, como invitar a alguien a salir, comenzar lecciones de guitarra o comenzar una rutina de ejercicios. Nos aferramos a la directiva para ser cautelosos y jugar a lo seguro.No nos exponemos a personas o situaciones que puedan hacernos quedar mal. Como resultado, vivimos una vida restringida.
Un antídoto contra el perfeccionismo
El antídoto para el perfeccionismo es dejar un amplio espacio para nuestras deficiencias y recordar que fracasar en alguna empresa no significa nosotros son un fracaso. De hecho, sin fracasos y sin aprender de nuestros errores, nunca avanzaremos en nuestras vidas. Las personas que triunfan son las que han cometido innumerables errores. Lo importante es aceptar nuestras debilidades humanas, aprender de nuestros errores, perdonarnos incansablemente, abrazarnos con más suavidad y ligereza y seguir adelante.
Las personas adictas a la perfección suelen estar aisladas. No tienen muchos amigos. Temen que la gente los vea, así que no dejan que nadie se acerque demasiado.
Mantenemos nuestra distancia de las personas perfectas porque sentimos que nunca estaremos a la altura; no nos acercamos a ellos. Aquellos que tratan de ser perfectos solo logran alejar a las personas y alejarse de su humanidad.
Al ser humano, la perfección es imposible. Al reemplazar el deseo de ser perfectos por el interés en aceptarnos como somos y hacer nuestro mejor esfuerzo, podemos curar la vergüenza que impulsa el perfeccionismo. Ya no necesitamos proteger nuestra imagen o tener nuestro valor atado a nuestros logros, estamos libres para disfrutar el momento, navegar con gracia a través de nuestros éxitos y fracasos y disfrutar de esta preciosa vida.
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